A las tres de la madrugada de un martes cualquiera, mientras todavía se hacen colas en las movidas de Palermo Soho, en Buenos Aires, un hombre embriagado sale tarareando de un bar en la Buitenkant Street, en Cape Town, se graba una película en la Sunset Boulevard, en Los Angeles, los bohemios discuten sobre política a gritos en el Quartier Latin, en París. En Brasilia, en la calle W3, todo el mundo duerme.
Vivir en una ciudad que se proclama como el corazón de una nación gigante, pero que se calma al caer la noche, es un privilegio, no un lamento. El ser humano se olvida de que dormir y soñar son partes esenciales de la vida, son el alimento del alma. Pues, es afortunado el brasiliense, que vive, aunque muchas veces de mala gana, en una ciudad que sabe dormir, que sabe soñar.
El Silencio de las tres es una obra de autor que se inició en 2008 y que se extiende hasta el presente, por medio del cual trato de retratar a quietud de Brasilia alrededor de las 3 de la madrugada.
A lo largo de decenas de salidas nocturnas, coloco el trípode de la cámara, atento al silencio y a la placidez de los paisajes urbanos que son urbanos precisamente porque existen así, bajo la luz amarillenta de los postes de tungsteno.
En una de las más bellas obras de Akira Kurosawa, la película “Sueños”, el protagonista se encuentra con un viejo anciano que arregla un molino de agua. Intrigado por la sencillez y la aparente falta de confort con las que viven los habitantes del pequeño pueblo, pregunta:
“¿Pero sin electricidad, ustedes no tienen luces, y como hacen por la noche?”
Entonces, el anciano responde “Tenemos velas y lámparas, eso es suficiente para nosotros”
“¡Pero la noche es oscura!”
“Evidentemente, es así como deben ser las noches. ¿Qué esperabas?”