Oigo el chido de la lengua materna en sus raíces.
Degusto un pastel de nata, siento los paralelepípedos debajo de la suela del zapato.
Me pierdo en padrones árabes y espirales de azulejos y fachadas suntuosas.
Subo y bajo colinas acompañado de rostros ya conocidos.
Aprendo a mirar el pixo con nuevos ojos.
Redescubro la ciudad que moldeó el país que me parió. Lisboa, qué hermosa eres!